Las innovaciones en química han ayudado a mejorar nuestra calidad de vida durante siglos de diversas formas. Los productos químicos respaldan la agricultura al ayudar a las personas a producir y criar cultivos y ganado saludables. A través de la química, los alimentos se pueden conservar y envasar de manera segura y eficiente. La química también nos ha brindado productos que pueden ayudar a prevenir o controlar la propagación de enfermedades, limpiar nuestros hogares de manera eficaz y desinfectar los equipos médicos.
Gracias a las innovaciones en la química, pueden fabricarse automóviles livianos y con mayor eficiencia de combustible, materiales de construcción más duraderos y resistentes, y dispositivos electrónicos, como teléfonos celulares, computadoras y televisores, con funcionalidad mejorada para satisfacer las necesidades tecnológicas de los consumidores de hoy.
Si bien la química puede proporcionar numerosos beneficios a la sociedad, aún debemos administrar de manera segura y responsable la forma en que se usan las sustancias químicas. Y para hacer eso, debemos tener en cuenta la información científica disponible.
Para determinar la seguridad de una sustancia química, los investigadores y expertos se basan, principalmente, en dos categorías clave de información:
- La potencia o naturaleza peligrosa de la sustancia química; y
- El grado de nuestra exposición a la sustancia química.
La mera presencia de un ingrediente químico en un producto no significa automáticamente que causará daño. Cualquier sustancia, incluso el agua, puede ser tóxica si se ingiere o absorbe en exceso en el cuerpo. La medida en que una determinada sustancia puede tener efectos nocivos depende de una variedad de factores, incluida la cantidad de sustancia a la que está expuesta una persona, la vía de exposición y la duración de la exposición.
Para comprender la potencia o los peligros de una sustancia, se requiere una investigación sólida y validada
Entonces, ¿cómo determinan los científicos qué tipos de exposiciones tienen el potencial de causar daño?
La investigación científica rigurosa es la base para la toma de decisiones acertadas sobre el uso, la seguridad y el desarrollo de sustancias químicas.
Estudios experimentales
La evidencia científica útil sobre los efectos de la exposición química puede provenir de varios tipos de estudios experimentales. Algunos de estos estudios se realizan en tubos de ensayo o placas de Petri, dentro de organismos vivos completos (p. ej., roedores) o, cada vez más, mediante modelos informáticos. Dado que estos estudios permiten a los investigadores controlar con precisión las condiciones de exposición, pueden generar datos que se consideran confiables y fáciles de interpretar.
Estudios epidemiológicos
Otro tipo de evidencia se deriva de estudios observacionales realizados en personas que han estado expuestas a sustancias químicas en el trabajo, en eventos no planificados o en sus entornos cotidianos. Estas exploraciones también se conocen como “estudios epidemiológicos”.
Dichos estudios buscan patrones de enfermedad y exposición en poblaciones humanas utilizando datos de diversas de fuentes, como registros de empleo, cuestionarios, encuestas de salud, registros médicos o de defunción, entre otras. Los estudios epidemiológicos en personas que históricamente han tenido exposiciones inusualmente altas a algunas sustancias (por ejemplo, el asbesto) han sido cruciales para identificar relaciones con ciertas enfermedades.
Con ambos tipos de estudios, es fundamental observar todo el corpus de investigación para llegar a una conclusión sobre la seguridad del uso de un compuesto químico o sustancia específica. Los estudios de investigación deben ser revisados, validados y replicados por otros científicos para determinar su precisión. Puede encontrar orientación general sobre la interpretación de los estudios científicos aquí.
Exceso de dentífrico
Con frecuencia, la exposición a compuestos químicos en los productos de consumo cotidianos es mínima. Por ejemplo, un tubo de dentífrico de 4.6 onzas contiene alrededor de 152 miligramos de fluoruro de sodio. Una persona que pesa 160 libras tendría que comer 33 tubos de dentífrico a la vez para experimentar los efectos tóxicos del fluoruro de sodio.
Comprender cómo administrar adecuadamente los riesgos potenciales
Las formulaciones químicas están diseñadas para proporcionar características de desempeño fundamentales en una amplia gama de productos. Muchas veces, una pequeña cantidad de un compuesto químico determinado puede brindar beneficios significativos. Eliminar o sustituir una sustancia química en un producto simplemente porque se “sospecha” que es perjudicial, sin el beneficio de una evaluación de riesgos completa, podría generar más riesgos de los que se prevendrían.
Entonces, ¿cómo puede saber si los productos que está usando son seguros? En última instancia, determinar el uso seguro de los productos químicos es una responsabilidad compartida de los fabricantes, el gobierno y quienes los usan o venden.
En los EE. UU., la ley de gestión de químicos principal es la Ley de Control de Sustancias Tóxicas (TSCA). Esta ley exige que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de los EE. UU. evalúe la seguridad de las sustancias químicas nuevas y existentes, y actúe para abordar cualquier riesgo injustificado que estas puedan tener en la salud humana y el medioambiente, a través de un proceso de tres etapas que incluye priorización, evaluación de riesgos y gestión de riesgos. La supervisión federal eficaz, como la TSCA, está diseñada para dar a los estadounidenses mayor confianza en que las sustancias químicas comerciales se usan de manera segura y responsable.
Pequeñas cantidades, grandes beneficios
A menudo, pequeñas cantidades de una sustancia química pueden proporcionar ventajas significativas. Se ha añadido cloro al agua potable en cantidades extremadamente pequeñas (hasta 4 partes por millón) durante más de 100 años. ¡Eso es menos de media cucharadita en una bañera llena! ¿El beneficio? Ha ayudado a, prácticamente, eliminar enfermedades transmitidas por el agua, como el cólera y la fiebre tifoidea.