Ingredientes y seguridad de las vacunas: Una mirada de cerca
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Consideradas como uno de los Diez mayores logros en salud pública del siglo 20 por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU., las vacunas pueden ayudar a salvar de 2 a 3 millones de vidas cada año.

Como resultado de las vacunaciones, enfermedades como la difteria se redujeron drásticamente, e incluso se han eliminado. Los beneficios de las vacunas están claros: Las inmunizaciones de rutina que se han suministrado a los 78,6 millones de niños nacidos en Estados Unidos durante las últimas dos décadas ayudarán a evitar 322 millones de enfermedades, 21 millones de hospitalizaciones y 732 000 muertes durante el transcurso de sus vidas, de acuerdo con los CDC.

Las vacunas funcionan gracias a las innovaciones en biotecnología y química. Al introducir una versión modificada o “imitada” de enfermedades tales como polio o sarampión al sistema inmunitario de una persona, el organismo puede reconocer y combatir la futura exposición a la enfermedad. Como resultado, las vacunas trabajan con las defensas naturales del organismo para ayudarlo a desarrollar inmunidad ante la enfermedad.

¿Cómo sabemos que las vacunas son seguras?

Para lograr la seguridad ante las vacunas, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de EE. UU. regula el desarrollo, las pruebas y el licenciamiento de los ingredientes usados en las vacunas mediante un riguroso proceso de aprobación multifacético que puede llevar 10 años o más. Incluso después de aprobar una vacuna, la FDA continúa supervisando su seguridad.

Aunque ahora las vacunas son comunes y demuestran eficacia al eliminar enfermedades que alguna vez fueron mortales, en las redes sociales puede difundirse rápidamente información incorrecta que ocasiona preocupación sobre las vacunas y sus ingredientes. Los ingredientes químicos pueden agregarse a las vacunas para una variedad de propósitos: algunos se agregan para desactivar un virus o bacteria y estabilizar la vacuna, mientras que otros se agregan para preservar la vacuna y evitar que pierda su potencia con el tiempo.

A continuación, presentamos información adicional sobre ingredientes comunes de vacunas:

  • Geles/sales de aluminio: el aluminio es uno de los elementos químicos más comunes en la naturaleza y se encuentra en el aire, en los alimentos y en el agua. Se añaden pequeñas cantidades de aluminio a algunas vacunas para ayudar al organismo a generar una inmunidad más fuerte contra el virus en la vacuna.

    Los aditivos de aluminio se usan en vacunas para virus tales como hepatitis A, hepatitis B y vacunas que contengan difteria y tétanos, entre otras. Los funcionarios de salud recomiendan estas vacunas para los bebés y niños pequeños, y algunas veces los padres cuestionan la seguridad del aluminio en las inyecciones. Sin embargo, los bebés ya tienen una pequeña cantidad de aluminio en su organismo de forma natural; unos 5 nanogramos (un nanogramo equivale a una cienmillonésima de un gramo) en la fórmula infantil o en la leche materna. La cantidad de aluminio en la vacuna está muy por debajo de las cantidades a las que están naturalmente expuestos los bebés. De acuerdo con la FDA, las vacunas que contienen aluminio demostraron tener un perfil de seguridad en función de más de seis décadas de uso y raramente están asociadas con reacciones negativas, tales como irritación o inflamación de la piel.

  • Antibióticos: ciertos antibióticos, entre otros neomicina, polimixina b, estreptomicina y gentamicina, se pueden usar en la producción de algunas vacunas para evitar la contaminación y el crecimiento de hongos. Por ejemplo, durante la producción de una vacuna para el virus de la influenza (conocida también como vacuna o inyección antigripales), los antibióticos se usan para reducir la proliferación bacteriana en los ingredientes del huevo, que no son naturalmente estériles y pueden contaminar la vacuna.
  • Proteína de pollo: las vacunas pueden contener pequeñas cantidades del material de cultivo usado para desarrollar virus o bacterias usados en la vacuna, tal como la proteína del huevo de gallina. Por ejemplo, la forma más común de elaborar las vacunas contra la gripe es mediante un proceso de fabricación a base de huevo que tiene más de 70 años de existencia.
  • Formaldehído y otros conservantes: desde hace mucho tiempo se han usado pequeñas cantidades de formaldehído para la fabricación de vacunas virales y antibacterianas. De hecho, el formaldehído se encuentra en todas partes, nuestros organismos lo producen e incluso exhalamos concentraciones minúsculas de formaldehído en nuestro aliento. La cantidad de formaldehído presente en algunas vacunas es tan pequeña en comparación con la concentración que existe naturalmente en el organismo que no representa una preocupación de seguridad. En las vacunas, el formaldehído se usa para desactivar un virus antes de que pueda hacer que la persona que se está vacunando se enferme (por ejemplo, el virus de la polio se usa para elaborar la vacuna contra la polio) y para neutralizar toxinas bacterianas tales como la toxina usada para elaborar la vacuna contra la difteria. Los conservantes como el formaldehído también se agregan a algunas vacunas para evitar el crecimiento de bacterias u hongos que puedan ingresar en la vacuna durante el proceso de vacunación.
  • Azúcares y otros estabilizadores: el azúcar a veces se usa como estabilizador para que la vacuna mantenga su eficacia durante el almacenamiento y el tránsito. Las vacunas se envían hacia todo el mundo; es fundamental que funcionen cuando se requiere y no se degraden o pierdan eficacia con el calor o frío durante el envío. Otros estabilizadores que se agregan a las vacunas incluyen la lactosa y los aminoácidos tales como glicina o la sal monosódica del ácido glutámico, y proteínas tales como albúmina de suero humano o gelatina.

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